La emergencia climática ya es un hecho y no es sorpresa que la UE, Canadá, Corea del Sur, más de 30 ciudades en USA y Australia, y más de siete mil institutos educacionales de los 6 continentes hayan adoptado el “Estado de Emergencia Climática”. Sumado a esto, el riesgo climático fue la amenaza número uno en la encuesta CEO Global Outlook 2019 de KPMG, mostrando la preocupación del sector económico y financiero en este ámbito. Es por esto que la economía circular se ha ido popularizando y es una de las mejores oportunidades (y quizás la única) para los sistemas de producción, negocios y consumo que tenemos hoy en día. Esta es definida como “un modelo que es regenerativo por diseño”, “que permita una vida útil prolongada, un (re) uso óptimo, renovabilidad, renovación, remanufactura y reciclaje” y que se “mantenga el uso de los recursos dentro de los límites planetarios”[1]. Sin embargo, este cambio de economía no es cosa de regular el mercado o poner ciertos límites, es un cambio socio-político profundo que va desde políticas públicas y cambios de paradigmas hasta la irrupción de los territorios como agentes activos. La colaboración activa de distintos actores es fundamental ya que, si no todos reman hacia un mismo lado, no se podrán realizar cambios. Es más, los cambios deben articularse y complementarse para que se potencien y juntos creen este nuevo modelo.
Por otro lado, la crisis sanitaria, social y económica en la cual está inmerso Chile y todo el mundo, hace necesario e imperativo una reactivación económica que aumente puestos de trabajo, acelere industrias, y solucione los problemas expuestos por la crisis sanitaria. Pero esta reactivación y las soluciones económicas deben “ser moderadas principalmente por el cambio climático”, haciendo de los mercados “justos y democráticos”, como dijo Jeannette von Wolfersdorff en un seminario sobre reactivación económica organizado por la FEN UChile.
Ahora bien, este cambio de sistema económico puede comenzar en Chile con dos principales focos; la reactivación económica mediante construcción de infraestructura sostenible, y el desarrollo energético. Veamos estos dos puntos y el cómo ayudarían.
En conversación con el docente de ingeniería civil William Wragg, de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, se mencionó a la construcción como principal reactivador económico a lo largo de la historia, a lo cual dijo que la “construcción ha sido el caballito de batalla de la reactivación, en donde además del proyecto en sí y el producto final, este genera contratos, consumo y necesidad de materiales, sin mencionar la interdependencia que posee con otros mercados, como lo es el transporte.”
Justamente en la construcción es donde ha estado la solución a crisis económicas pasadas y ha dado buenos resultados. Sin embargo, hoy se necesita algo más que eso, se necesita una construcción sostenible, o como menciona el World Economic Forum, una “Infraestructura Verde”. Esta corresponde a infraestructura ligada a proyectos de energías verdes, de tratamientos sustentables de agua, proyectos amigables con el entorno, etc. En Chile se tienen grandes proyectos con este énfasis en términos de energía, con la solar y la eólica como principales referentes. William Wragg también menciona que los proyectos de energía solar en Chile están bajando mucho su precio debido a tecnologías nuevas que optimizan la captación de radiación y al gran potencial que se tiene, especialmente en el desierto de Atacama. “Cuando se tiene energía a bajo costo, se crean beneficios para el desarrollo; calefacción, luz, y otros se hacen más asequibles para las personas” y, al venir de una fuente renovable, es amigable con el medioambiente.

En efecto, la transformación energética es uno de los desafíos que Chile está tomando y ha avanzado mucho en comparación con la región. Junto con que en 2019 en Chile se hayan hecho inversiones por más de 4.900 millones de dólares, llegando a ser el país con mayor aumento de inversión en ERNC y el segundo con mayor inversión en la región (superando a México y muy cerca de Brasil), este año se lanzó la estrategia nacional para el hidrógeno verde con lo que Chile quiere convertirse en un pionero y líder de esta nueva forma de obtener hidrógeno para combustible. Este desarrollo energético es crucial para Chile y es un punto de inflexión en cualquier país. De hecho, la Agencia Internacional de Energía (AIE) destaca el papel de la eficiencia energética para impulsar el estímulo económico a través de la seguridad y la diversificación del empleo, impulsando la actividad en las cadenas de suministro locales y la construcción y aumentando la competitividad, lo que lleva a una mejor asequibilidad energética, además de reducir las emisiones de carbono. Sumado a esto, Wragg menciona que la combinación de bajar el costo de transporte del combustible más una forma barata de obtener energía solar, “genera hidrógeno a bajo costo que podría saltar la barrera del transporte y se puede pensar en vender hidrógeno a precio competitivo”.
Para fortalecer estos puntos previamente dichos, en Chile más de 800 empresas chilenas podrían participar en la industria del hidrógeno verde y 107 están creciendo sobre el 20% anual. Sumado a esto, la cadena de valor del hidrógeno verde es muy larga, por lo que Rosana Gaete (Directora Ejecutiva de H2 Chile) ha dicho que la capacitación al personal sobre estas nuevas tecnologías es muy importante para poder desarrollar este plan de buena manera. Así, Chile podría tener empresas que favorezcan una transición verde, con base tecnológica e incentivando la capacitación de las/los trabajadoras, lo que concuerda con lo dicho por Jeannette von Wolfersdorff sobre mercados justos y democráticos. También, el presupuesto de obras públicas es el más grande de la historia del país, en donde los últimos tres meses se han hecho licitaciones públicas por más de mil millones de dólares, lo que llevará a una reactivación económica notoria y a una recuperación de empleos gigante. Este presupuesto de OOPP crecerá para el 2021 un 43% con respecto al año anterior, algo inédito en un año en donde casi todos los presupuestos fiscales van a la baja.
En conclusión, el camino a seguir en Chile en términos de transformación energética parece ir tomando un rumbo alentador, generando expectativas y atrayendo inversiones. Lo que queda es poder plasmar los cambios y generar realmente un acercamiento a esta economía circular, con la creación de infraestructura energética verde para reactivar la economía, viéndola de una forma sustentable y no extractiva. Se espera que la demanda de energía en Latinoamérica aumentará un 80% entre 2015 y 2040 (Banco Interamericano de Desarrollo), por lo que este podría ser un buen primer paso para el país.
Referencias:
[1] Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD)